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sábado, 21 de enero de 2017

Bajé del avión en París y me encontré con ella y su flor: Doñaflor.

Fue en el aeropuerto de Charles de Gaulle en diciembre del 2016 cuando nos vimos por primera vez. 
El tallo era tan delgado como sus dedos o las líneas bicolor de su camiseta. 
Los pétalos eran una metáfora de sus labios, los ojos te decían claramente que uno de sus dos padres era de orígen asiático. 
Su boina parisina terminé comprándosela a mi hija. Y sus mejillas eran más suaves que los pétalos de esa flor. 
Te lo dice alguien como yo que pudo besarla. Y no desestimó mi petición de boda, siendo conciente que estoy casado con una muerta ilustre: Virginia Woolf.

Foto  de Salomé Oyallon, parece mimo, pero es carne y labios
París leve.

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