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lunes, 5 de septiembre de 2016

Madre Teresa de Calcuta y su jardín en Cuba. Hoy Santa.

Para mi Amigo Albert.

Desde el año 1999, justo el año donde mr fui de Cuba, y no he regresado. En la parte posterior del antiguo convento de la Basílica Menor de San Francisco de Asís, en plena Habana Vieja muy cerca de La Bahia de la Habana, se puede admirar una escultura dedicada a la Madre Teresa de Calcuta, en el jardín que lleva su nombre.
La estatua pertenece a la creación del  artista José Villa Soberón. Durante sus visitas a Cuba, la Madre Teresa dejó un rastro de admiración intensa, sobre todo porque demostró que, si no es asistida por las obras verdaderas, la palabra es como una campana rajada, una expresión hueca y vacía.
“La primera vez que la vi fue en la Casa Sacerdotal de La Habana. Ella fue a hablar a los sacerdotes reunidos en el salón de actos. Iba acompañada de otra Misionera de la Caridad. Era una mujer encorvada que levantaba la mirada para poder ver al interlocutor. Nos entregó una tarjetica de presentación y con su letra puso God bless you”, recuerda Mons. Emilio Aranguren, Obispo de Holguín y miembro del Comité Permanente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba.
“Llevaba una bolsa de tela con manillas de madera. Nos enseñó una imagen de la Virgen de Fátima que le obsequiaría a Fidel Castro, cuando éste la recibiera. Así lo hizo y posteriormente, alguien me comentó que, al cabo de los años, Fidel la conservaba en alguna parte de su despacho”.
Al ser canonizada, Agnes Gonxha, nombre de cuna de la religiosa albanesa, se sumará a la lista de otros incluidos en el santoral católico y quienes han tenido una estrecha relación con la Isla o han pasado por ella, como es el caso de San Antonio María Claret, quien fuera arzobispo de Santiago de Cuba, José López Piteira, Fray José Olallo Valdés y San Juan Pablo II, entre otros.

Citas de textos de Cibercuba y Oncuba.

Cala Binisafuller. Cerca de Binibeca, en Menorca. Agosto del 2012.


«Esta era una cala estilo Zen, íntima, vaginal, húmeda, arena infinitamente blanca, agua turquesa, silencio, una casa blanca al borde del agua, parejas leyendo y parejas con niños pequeños bañándose sin peligro por la altura, mucha naturaleza que hacia función de pubis sin depilar esparcido y dispersos en una altura, y sobre todo no terminaba abierta al mar, dando un gran giro que permitía que en caso de tramontana, sus aguas se mantuvieran muy tranquilas, casi inmóviles; y si a todo esto le unes que no había un hotel gigante cerca, no hace falta más descripción».