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jueves, 11 de septiembre de 2014

Sarrá en La Habana. Un imperio catalán en Cuba.

Esta historia que escribe Fernando Garcia y publico en mi blog me toca de cerca. El edificio de viviendas Sarrá en 23 y 12 en el la barriada del Vedado   donde nací, era un sitio de trayectoria obligada en mi infancia porque allí vivía el Caballero de París y los niños del barrio además jugábamos en su ascensor modernista que hoy reconozco en muchos edificios del Eixample en Barcelona.  Luego me casé con una farmacéutica y viví casi veinte años con ella,  Yara Duverger Vidal,  hizo prácticas en los laboratorios Sarrá de La Habana Vieja y fui a recoger allí muchas veces. O sea, ese apellido catalán traza un eje esencial en mi vida.  Aquí su historia bien contada. Para quien no conozca el edificio del que hablo desde aquí hablaba Fidel castro cuando Korda hizo la foto al Che Guevara, esa foto que le ha dado la vuelta el mundo varias veces.

Sarrá o un imperio catalán en Cuba...
 José Sarrá y su tío Valentín eran boticarios y botiguers. A mediados del XIX se fueron a Cuba para hacer carrera y probar fortuna en los negocios. Lograron mucho más. Los Sarrá conquistaron La Habana. Su historia es la de los catalanes emprendedores en el mundo; una parte importante de la historia de Cuba; un paradigma de la historia de los indianos, de la burguesía criolla y de los primeros capitalistas de Latinoamérica. Sus huellas están en algunos de los inmuebles más emblemáticos de La Habana, desde la gloriosa farmacia que crearon y fueron ampliando a lo largo de generaciones, hasta el imponente palacio art nouveau que hoy alberga la embajada española.
El imperio Sarrá tuvo un siglo largo de vida en Cuba; en Estados Unidos aún subsiste. Nació en 1853, cuando los licenciados Valentín Catalá y su sobrino José Sarrá y Catalá invirtieron 50.000 pesos en la fundación de una farmacia y droguería en pleno corazón de La Habana Vieja, junto a un pozo de agua pura (sin dureza e idónea para la elaboración de medicamentos). El establecimiento, orientado a la venta al por mayor, se llamó La Reunión porque unificaba las farmacias tradicional y homeopática: la primera, a cargo de José y la segunda, dirigida por Valentín, que también asumió la contabilidad.
Sarrá montó un laboratorio que en poco tiempo estaba surtiendo de ungüentos, sales, jarabes y extractos a farmacéuticos y hospitales de toda Cuba. En 1858 se incorporó a la empresa el también científico y negociante José Sarrá y Valldejulí, sobrino del cofundador; siete años después, Valentín les vendió su parte para establecerse por su cuenta en Barcelona, donde el primer Sarrá iría también a morir en 1877.
Valldejulí revolucionó la empresa. Compró toda la manzana y varias fincas anejas; remozó la botica y le agregó oficinas, almacén y un laboratorio mayor; compró nuevos aparatos, como una máquina de vapor para hacer pulverizaciones o presas para extraer aceite de ricino; lanzó productos propios de gran éxito, singularmente la Magnesia Sarrá. Creó, en suma, la que sería la mayor farmacia de Latinoamérica y se cree que la segunda del mundo tras la norteamericana Johnson, según apunta con cautela la especialista Mercedes Valero, quien también destaca la formación de “más de cien farmacéuticos” en los laboratorios Sarrá. El rey Alfonso XII concedió a Valldejulí el título de Farmacéutico y Droguero de la Real Casa, así como el derecho de utilizar en sus muestras y etiquetas el Escudo de Armas Reales.
Pero fue la tercera generación, con Ernesto Sarrá Hernández a la cabeza, la que, en las primeras décadas del siglo XX, transformó el prestigioso negocio en uno de los emporios más importantes de Cuba, con 46 edificios, 600 empleados y más de 500 productos.
El heredero de La Reunión se hizo de oro con procedimientos no siempre admirables. Ernesto no sólo introdujo técnicas de marketing moderno, como regalar perfumes e invitar a merendar a los mejores compradores en la tienda de droguería y baratijas Atracciones Sarrá; también recurrió a las influencias políticas y a una vigilancia casi policial de sus competidores, para acabar imponiendo un oligopolio que el sector bautizó como trust del dolor. Es la cara oscura de una dinastía que, con todo, alcanzó un esplendor indudable cuyo máximo exponente es hoy el palacio art nouveau Velasco Sarrá, erigido en 1912 en un emplazamiento estratégico de La Habana Vieja. El edificio se construyó básicamente con la parte de la herencia de Sarrá Valldejulí que correspondió a su hija María Teresa, hermana de Ernesto (y de Celia), si bien su esposo Dionisio Velasco también echó una mano desde su puesto de concejal.
A la muerte de Velasco, el palacio pasó en 1932 a una de sus tres hijas, Teresa, que junto a su marido Álvaro González Gordon, nacido en Jerez y emparentado con los vinateros de González Byass, remodeló el inmueble en 1936.
La reforma tuvo ventajas, pero restó luz al inmueble. El historiador Ricardo Quiza relaciona el hecho con la situación en Cuba, donde la derrota del dictador Machado había impulsado el protagonismo de sectores populares: “La burguesía parecía quedar encerrada en su opulenta burbuja”, escribe Ricardo Quiza en el libro que la embajada acaba de editar sobre el palacio, su sede.