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sábado, 14 de diciembre de 2013

Mi impacto de un primer plano de Zoé Valdés.

Donde único creo percibir nostalgia es en los ojos. Contrario a lo que parece, Zoé no mira al lente. Si el lector se fija bien, esta mirando hacia un lugar del que sólo ella sabe su existencia. No es un paraíso perdido, tampoco es su futuro. Con obligatoriedad trae a la mente una frase conocida de Valéry: se encuentra situada entre el vacío y el suceso puro. Para mí, si fuera una flor del desierto,  habría que regalarla con arena. 
Me llama poderosamente la atención la cantidad de complementos que lleva: en el cabello, en  las manos, un velo en el rostro; parece no querer mostrar lo que lleva realmente en su interior y quiere a toda cosa crear una frontera barroca  de elementos que nos desvie la mirada de la esencia, tiene una palabra que lo define:  Voluptuosidad, quizás como ciertos pasajes de sus libros.
Sí pienso en Sevilla mientras la miro -ciudad donde viví dos años y varias Semanas Santas después,- me viene a la mente el jueves santo, donde  las mujeres van vestidas de mantilla por toda la ciudad convirtiendo el lugar por donde pasan en un paisaje personal del siglo XIX. Ahora, Zoé liquída esta imagen de mujer que sufre por una pérdida con los guantes negros de cuero, complemento que pone dosis de siglo XXI a un referente de mujer del siglo XIX. 
Pícaramente, el rojo carmín de los labios carga toda la sensualidad del rostro, es el único color discordante e indisciplinado que rompe con la tendencia oscura de la imagen y nos dice claramente que no está de luto, que su luto negro es como el traje de José Martí, que era un referente símbólico por la tristeza de su país de origen bajo un nefasto gobierno.
Hasta aquí, es todo lo que he podido recoger de mi último sueño. Me quedé dormido leyendo a mi hija una versión facsímil de El Pequeño Príncipe que le compré en el aeropuerto de Lyon, después de compartir esta foto de Zoé anoche... ¿O fue la luna creciente?