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jueves, 3 de octubre de 2013

Alba Pujol visitó La Habana con 15 años, venía de Barcelona...

La tía de Alba, nacida en Granada pero ha vivido todo su vida en Barcelona,  llevó a su sobrina Alba de solo quince años a La Habana. La llevó para que tuviese conciencia de otras realidades que existían en el mundo lejos de su entorno familiar de Sant Just en las afueras de Barcelona, un barrio de clase media alta donde los vecinos futbolistas del barça abundan.  
Su tía había estado en La Habana unos años antes, en pleno Período Especial,  término eufemístico con que el gobierno de los Castro nombró el abandono de los países del Este y de la ex Unión Soviética del sistema socialista, que hundió a aquella isla en una crisis aún mayor y que todavía perdura.
A su tía le pareció educativo que su sobrina abriera los ojos con otras realidades. Lo que no esperaba la tía  era que en pleno Paseo del Prado, un habanero le diera un tirón de la cadena de oro que su sobrina llevaba en el cuello, ese acto, nadie es capaz de planificarlo, pero marcó su viaje, y su experiencia sobre una realidad diferente.
Cuando llegaron a mi casa después del suceso, los ojos de Alba, siempre verdes,  estaban fuera de órbita, yo le comenté con naturalidad que la primera norma para aterrizar en la isla era dejar todos los objetos de  valor, fuera de la vista de los más necesitados, que ven en esos valores su supervivencia, aunque para ella fueran superfluos,  el arrebato (así era como allí se le decía al tirón que había sufrido), aunque no está justificado por ninguna carencia, era previsible. Sus ojos volvieron a salirse de sus órbitas cuando la tía tuvo que decir al custodio del Hotel Sevilla, donde se hospedaban, que mi esposa y yo veníamos con ellas para poder subir al bar del mirador  y ver la ciudad, más bien la avenida del Prado, o sea, supo que los cubanos no podíamos entrar a los hoteles, un absurdo que no había escuchado en toda su vida catalana.
Once años después en su casa  Alba y yo hablamos con naturalidad de aquellos sucesos al borde de una piscina privada y ella me pregunta si es posible cambiar tanto de vida como yo he hecho, sin que eso  me afecte. Le comenté, lee mi blog para que veas como afecta haber reconstruido una vida, los lamentos y la nostalgia eran antes territorio y pasto para el blues y ahora también para los blogs, aunque la realidad sea más difícil que los entresijos de los recuerdos.
Alba, me dice; -lo que tú recuerdas de mi estancia,  el tirón, no fue tan significativo, sino que el chico que me robó,  era el primer negro que veía 
de cerca en mi vida  y no como algunos futbolistas del Barça; éste iba sin camisa en plena calle, y la humedad hacía que su piel brillara de sudor, un paisaje poco habitual en los chicos de Barcelona. Me confesó, que se lo había quedado mirando alucinada y adolescente y lo que recibió de él, fue un impacto que marcó su cuello levemente. No ha tenido nunca una relación con un caribeño, pero no le disgustaría, terminó. 
Los traumas, antes de los treinta y cinco años, marcan a favor y en contra. En ese mismo verano cuando llegó a Barcelona continuó viaje por el Mediterráneo en  un ferry hasta Grecia con sus padres, pero ya no volvió a sentir la humedad sensual que generó en ella aquel Caribe socialista.

"ESTA HISTORIA ES REAL. LOS NOMBRES ESTÁN CAMBIADOS. AMBAS SON AMIGAS CERCANAS."

Una vez más teatro Art en casa, de Malena


El montaje teatral e unipersonal de María Elena Espinosa  ¡
Que importa saber quien soy!, en la sala de su casa en el Eixample barcelonés, me recordó una conversación con Gonzalo Rubalcaba después de un concierto en La Habana de los años noventa. 
Fue la única vez que hablé con él, y le pregunté por qué había abandonado a su grupo Proyecto, para sólo tocar con un batería y un bajista. Me contestó, que con menos instrumentos, se veía obligado a llenar más espacios dentro de las improvisaciones en el piano, con lo cual estaba obligado a ser más creativo. 
Eso precisamente fue lo primero que advertí en el monólogo de María Elena (Malena), que lo había montado con mucho menos recursos que la vez anterior, prescindiendo de escenarios y quedándose en el mismo plano que el espectador. Eso hizo que su experiencia con nosotros, los presentes, fuera táctil, o sea, que estuviésemos  al alcance y las caricia de sus manos... Rompió la virtual cuarta pared con su público no para acercarse, sino para meterse dentro de uno con un relato que va desde su vida de emigrante, hasta la niñez, llegando hasta el relato torcido de su propia matriz. 
Por momentos se muestra, desgarradora, divertida, táctil como el iPad, lúcida, cantante de boleros, erótica, budista zen, confesora, sacerdotisa, bruja, casi rusa cuando se pone hablar en esa lengua del país donde se graduó de teatro, y sobre todo, cubana. Esto último no es una virtud superior, sólo es su condición real.
Es sorprendente lo que puede lograr Malena con una cuerda larga,  unos pañuelos, una mesa, un libro de Cortázar, Rayuela, varios vídeos, tres fotos y un marco vacío. 
Salí con la sensación de que había estado en un acto iniciático, que había tenido el privilegio de ver algo que no se va a repetir nunca, porque así es el teatro, hace que partícipes de algo mágico pero irrepetible.
Suerte para los que puedan ver esto en La Habana donde va de gira con su montaje a mediados de mes.